miércoles, 28 de mayo de 2008

PREFACIO

Supongo que todos habréis visto, leído u oído muchas historias sobre Drácula y sobre vampiros. Pero, del mismo modo, supongo que son historias con las que simplemente os divertís, os asustáis o bien os sirven para pasar el rato. También sé que hay gente que anhela convertirse en vampiro, o estudiosos que pasan largos años investigando la figura del vampiro y su origen en la literatura y en la historia. En fin, supongo que todos, independientemente de sus gustos, tendencias o aficiones, compartís algo en común: pese a resultaros atractiva la figura del vampiro, ninguno creéis en ellos. Es aquí donde procede recordar la célebre frase de Kevin Spacey en Sospechosos habituales (qué película, qué personaje el de Kayser Sauze): “el mejor truco del diablo fue convencer al mundo de que no existía”. No puedo estar más de acuerdo con él. La mayor victoria de los vampiros ha sido convencer al mundo de que somos seres de ficción, invenciones de la imaginación humana, hijos de la superstición y el miedo, reflejos literarios o cinematográficos de la maldad y el ansia de inmortalidad del ser humano. Y, es más, estoy plenamente convencido de que todos aquellos que leáis mi historia, seguiréis creyendo que esto no es más que un relato de ficción. Pero no. Os aseguro que no. Soy un vampiro desde hace 221 años, pese a quien pese. Y me he decidido a contaros qué es un vampiro, qué significa ser un vampiro, a través de mi propia historia.

Lo primero que me gustaría es que tuvierais claro qué es un vampiro. Sé que todos creéis saberlo y, por supuesto, qué les asusta, cómo combatirlos, etc. Dejadme que os diga que no podéis creer en todo lo que veáis o leáis. Quizás, el autor que más se aproximó al hecho vampírico fue Bram Stocker. Él dejó claro un concepto que muchos parecen olvidar: un vampiro es un no-muerto. Alguien arrancado de los dominios de la muerte y vuelto a la vida con la sangre del vampiro que previamente se la ha arrebatado. No olvidéis que la sangre es la vida, especialmente en el caso de los vampiros. Todo vampiro sufre un “bautismo” de sangre, con la sangre de su propio asesino.

En su novela encontramos otras ideas que se aproximan a lo que, en sí, es un vampiro. En ella vemos cómo el conde Drácula disfruta de poderes sobrenaturales que le permiten controlar la naturaleza misma: los mares, la tempestad, el viento, la nieve, incluso los propios animales siguen sus dictados. Pero además, se nos muestra un vampiro capaz de transformarse en niebla, en lobo, en murciélago… esto no es del todo cierto. No todos los vampiros poseen esas virtudes, y no todas ellas se dan al tiempo en un único vampiro. Ciertamente, el conde Drácula, el famoso Vlad el Empalador, parece que sí reunía todas esas cualidades, pero es muy difícil que alguien así vuelva a surgir. Lo normal es encontrarse con vampiros con capacidad para dominar a la naturaleza, o bien a los animales, incluso algunos con la capacidad para transformarse en lobos o murciélagos, pero tampoco somos muchos los que poseemos esas aptitudes. No todos los vampiros somos iguales ni desarrollamos de la misma manera nuestras capacidades. Eso es algo que los seres humanos vulgares sabéis muy bien: lo que cada uno alcanza a lo largo de su vida no siempre responde a sus aptitudes iniciales, nuestras decisiones van forjando lo que somos y no siempre son correctas ni adecuadas. De la misma manera, en el mundo vampírico, hay elementos que se muestran incapaces de desarrollarse más allá de los conceptos básicos de la caza y la alimentación, dedicando su vida a satisfacer sus deseos e impulsos básicos, sin plantearse nada más. Seres carentes de nobleza, orgullo o afán de superación, que sólo viven ese estúpido concepto del presente. Algo absolutamente reprochable en seres que tienen ante sí la inmortalidad.

Disculpadme si divago, pero hay comportamientos que me hacen hervir la sangre. A lo que iba: Stocker dio muchas de las claves. Quizás la más acertada, pero la más olvidada por toda la legión de imitadores que trajo consigo la novela, es que los vampiros podemos vivir bajo la luz del sol. Es cierto que nos es bastante molesta y que merma nuestras capacidades, convirtiéndonos casi en seres humanos vulgares y corrientes y que, por todo ello, no nos gusta la luz del sol. Pero, no lo olvidéis, un vampiro nunca muere por eso. Un vampiro simplemente prefiere la noche porque en ella se siente en plenitud, porque la noche le proporciona el ambiente necesario para encontrar lo que busca: sombras, vicio y sangre. Por lo demás, la novela de Stocker plantea muchas ideas propias del folklore centroeuropeo, que no son más que eso, supersticiones rurales sin fundamento. Los vampiros no tememos ni al ajo ni a los crucifijos. Eso de que no podemos reflejarnos en un espejo es una soberana estupidez. Pero todavía más incomprensible es esa necesidad de descansar sobre una tierra determinada. ¿Os acordáis del conde Drácula, ayudado por los gitanos, cargando el barco que le llevará a Inglaterra de cajones con tierra de su patria? No tiene ningún sentido.

Eso sí, la idea más descabellada es esa de que para acabar con un vampiro hay que atravesarle el corazón con una estaca de madera. Vamos a ser serios. Si un vampiro es un no-muerto, ¿qué tiene que ver el corazón en todo esto? El poder del vampiro radica, lógicamente, en su mente, en su cabeza, nuestra única parte vulnerable.

El resto de estupideces que sobre nosotros se ha escrito es tan amplio que no merece la pena ni siquiera comentarlo. Evidentemente somos seres poderosos, de gran fortaleza mental y física, con una capacidad de regeneración inaudita, con los sentidos animales muy desarrollados y voraces, muy voraces. Pero cada vampiro es un mundo; cada vampiro se forma a sí mismo y alcanza un desarrollo propio y personal de sus capacidades. Pero nuestra principal virtud, como ya os he comentado, es la de pasar desapercibidos. De hecho, cuando uno de nosotros es demasiado tonto para entenderlo y se dedica a actuar sin pensar, suele durar muy poco con la cabeza sobre los hombros. No podemos permitirnos el lujo de que los humanos crean en nosotros. Se nos perseguiría y aniquilaría. O peor, se nos amaestraría para exhibirnos. Nunca lo permitiremos.